Cualquier empresa u organización está compuesta por diferentes áreas de trabajo que, aunque
compartan un objetivo común, funcionan de manera independiente, a veces de manera un
tanto aislada, a veces conectadas con otras áreas de las que dependen o a las que impulsan.
Una buena gestión deberá tener en cuenta estas asimetrías entre los diferentes
departamentos. Para ello, las estrategias de trabajo se deberán plantear de manera que
fomenten su buen funcionamiento sin repercutir en una merma de efectividad para las demás.
El pensamiento sistémico nos lleva a la incorporación de una visión holística en las
organizaciones en las que la realidad se contempla como un todo, diferente de las partes que
lo componen. Su utilización permite entender la complejidad de los problemas huyendo de la
simplificación, al tener en cuenta no solo los diferentes elementos, sino las interacciones que
se producen entre ellos y cómo estas afectan a su funcionamiento. Así, se llega a una
comprensión más profunda de cómo y por qué se desarrollan los acontecimientos y cómo
perturban los procedimientos. En ocasiones, una pequeña transformación, pero implementada
en el momento y lugar adecuados, puede llegar a producir mayores beneficios que un gran
cambio mal realizado. Una sutil transformación en el lugar más inesperado puede convertirse
en la solución perfecta a un gran problema
Si bien fue Ludwing von Bertalaniffy, biólogo y filósofo austriaco, quien enunciara
originalmente la teoría general de sistemas en 1937, su aplicación al mundo de las
organizaciones no llegaría hasta 1990 de la mano de Peter Senge, quien formuló su propuesta
en el libro “La quinta disciplina”.
La metodología del pensamiento sistémico comprende en primer lugar una visión global de la
organización en donde se observa de manera general cómo se comporta el sistema. Propugna
además el equilibrio entre el corto y el largo plazo, donde las actuaciones en el corto deben
ser analizadas por su comportamiento, positivo o negativo, en el largo, con la mirada puesta
en obtener el mejor resultado. Analiza cada una de las partes, pero sin dejar nunca de tener en
el punto de mira la visión global, al reconocer que cualquier organización está compuesta por
sistemas dinámicos complejos e interdependientes. Por último, el pensamiento sistémico
fomenta el uso correcto de los indicadores tanto cualitativos como cuantitativos al favorecer
el análisis de la situación enmarcándolo dentro del comportamiento global de la organización.
La gran ventaja que aporta la utilización del pensamiento sistémico en los modelos de trabajo
es que, al no existir una única respuesta correcta a las preguntas que se plantean, permite
analizar las consecuencias que una supuesta elección inevitablemente provocará en otras
partes del sistema. Así, de entre todas los posibles, será elegida aquella solución que provoque
el menor número de consecuencias no deseadas, que, a su vez, al ser ya conocidas, podrán ser
tratadas de manera inmediata.
Las once leyes del Pensamiento Sistémico según Senge
1.- Los problemas de hoy tienen su origen en las soluciones de ayer. Implementar una
solución rápida que apague momentáneamente un fuego puede avivar la llama en otra parte
del sistema. Es necesario encontrar soluciones efectivas y duraderas que tengan en cuenta el
sistema en su conjunto.
2.- Cuanto más presionamos, más presiona el sistema. Y esto sucede en ambos sentidos. Un
solución rápida y fácil puede provocar reacciones negativas en el sistema, mientras que si la
solución es acertada provocará respuestas positivas.
3.- El comportamiento mejora antes de empeorar. Tapar un problema sin una solución
definitiva y sin atacar la causa que la provocó, puede convertirse en una huida hacia adelante.
El verdadero problema que quedó oculto aflorará sin duda en el futuro.
4.- La salida fácil te lleva de nuevo al punto de partida. Dos célebres frases explican a la
perfección esta ley: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”, Einstein; “Los
resultados que consigues estarán en proporción directa al esfuerzo que aplicas”, Waitley.
5.- La cura puede ser peor que la enfermedad. Es necesario tener en cuenta los posibles
efectos secundarios que puede provocar la implementación de una solución. No anticiparse a
esas consecuencias puede producir nuevos problemas, incluso de mayor gravedad de los que
se trataba de solucionar.
6.- La velocidad es enemiga de la eficacia. “Vísteme despacio, que tengo prisa”. No sé trata de
conseguir efectos inmediatos sino de conseguir resultados óptimos y duraderos.
7.- Causa y efecto no guardan relación con tiempo y espacio. De acuerdo con la primera ley,
es muy posible que, si se indaga en las causas reales, el problema tenga su origen en otro aún
más lejano. De la misma manera, aplicar una solución necesitará de tiempo y espacio para
producir un impacto efectivo y duradero.
8.- Pequeños cambios pueden producir grandes resultados. Lo primordial es encontrar el
punto de actuación sobre el que operar. A menudo, intervenir en las zonas menos obvias,
aquellas que pasan más desapercibidas, produce los mejores efectos.
9.- Es posible alcanzar varias metas aparentemente contradictorias. La visión a largo plazo
permite programar diferentes actuaciones que irán encontrando su encaje en el espacio y en
el tiempo.
10.- Dividir un problema no lo simplifica. El pensamiento sistémico exige utilizar la visión
global. Descomponer un problema en diferentes partes generalmente produce un efecto
multiplicador. Ya no habrá un solo problema que resolver, sino multitud de ellos.
11.- Nadie es culpable. Justificar los problemas buscando causas externas es un grave error.