Seamos conscientes o no, tomamos decisiones continuamente. En la infancia lo hacemos de manera prácticamente instintiva, pero, a medida que vamos cumpliendo años y que vamos aumentando nuestro caudal de experiencia, el factor raciocinio va tomando cada vez mayor importancia. Esto no quiere decir que perdamos la capacidad para tomar decisiones de manera rápida y visceral, sino que cada vez aumentamos las dosis de lógica en nuestros procesos de toma de decisiones.
Uno de los principales problemas a los que nos enfrentamos a la hora de tomar una decisión es el miedo a equivocarnos. No es la decisión en sí lo que nos aterra sino el hecho de que al elegir estemos rechazando la que sería la mejor opción. Además, el hecho de tomar una decisión implica llevarla a la práctica y ese paso hacia la acción se interrumpe a consecuencia de una cierta parálisis que impide tomar la decisión, aplazándola en el tiempo.
Para facilitar la toma racional de decisiones en las empresas es conveniente seguir un proceso que discurre por los siguientes pasos:
- Identificar el propósito para el que es necesario tomar la decisión. Cuanto más definido esté mayores serán las probabilidades de elegir la opción correcta. Se trate de un problema a resolver o un objetivo a alcanzar es necesario definir también el modo en que se medirá el éxito de la decisión tomada.
- Recopilar información de relevancia para el caso en cuestión teniendo en cuenta tanto las fuentes internas como la externas. El acceso a la información es hoy tan amplio que hay que tener cuidado con que el volumen de los datos obtenidos permita su tratamiento. Disponer de un exceso de información puede ser tan contraproducente como su ausencia.
- Identificar alternativas. Es conveniente poner sobre la mesa diferentes opciones pues, aunque el resultado pueda ser similar, serán diferentes los recursos a utilizar, ya sean personales o materiales.
- Evaluar cada alternativa. Es necesario analizar cada una de las opciones detectadas, sopesar sus pros y sus contras e identificar las posibles consecuencias que pueda provocar la toma de una u otra decisión.
- Elegir una alternativa. El paso anterior habrá reducido el número de opciones entre las que elegir. Entre las que hayan quedado llega el difícil momento de escoger aquella que más se acerque al propósito identificado en el primer paso. Puede ser que la mejor respuesta se encuentre en la combinación de varias alternativas.
- Acción. Tomada la decisión sobre qué camino seguir será necesario construir un plan para la implementación del proceso.
- Control. Es necesario revisar periódicamente los resultados obtenidos tras tomar la decisión y los impactos que está produciendo ya sean estos positivos o negativos. Estas revisiones permitirán la readaptación del plan de implementación si es necesario o el inicio de un nuevo ciclo de toma de decisiones.
En la toma de cualquier decisión hay que tener en cuenta que el factor riesgo siempre va a estar presente. Es imposible predecir sin margen de error qué va a deparar el futuro y, por tanto, hay que elegir aquella alternativa que más nos acerque al objetivo, tratando de obtener el mejor resultado, pero siendo conscientes de que pueden existir desviaciones.
Es necesario utilizar una metodología que enuncie el problema, conozca las causas y proponga soluciones, pero las emociones también deben ocupar su espacio en la toma de decisiones. La intuición, que a medida que pasa el tiempo tiene mucho que ver con la experiencia y los conocimientos adquiridos, puede ser quien aporte ese punto decisivo que haga decantarse la balanza sobre una u otra opción.
Por último, hay que eliminar de la ecuación de la toma de decisiones cualquier situación, experiencia, creencia o similar, que pueda favorecer la aceptación de determinadas respuestas frente a otras, desvirtuando información y provocando la imparcialidad en el juicio.