Hasta hace no mucho tiempo un buen salario y una palmada en la espalda como reconocimiento a nuestra labor era todo lo que se necesitaba para calificar como bueno nuestro puesto de trabajo. La llegada del nuevo milenio y la incorporación al mundo laboral de las nuevas generaciones vinieron a demostrar que para que un trabajador se sienta satisfecho en su trabajo ya no es suficiente una buena retribución económica y el reconocimiento periódico del valor de nuestro trabajo.
Así surge el concepto de salario emocional, beneficios y recompensas no económicos que el trabajador recibe por su trabajo, un valor agregado que permite contar con empleados satisfechos con su actividad y mucho más comprometidos con la empresa en la que trabajan.
Una de las consecuencias de la situación vivida durante la pandemia ha sido el deseo general de las personas de retomar el control de sus vidas una vez recuperada la normalidad. La retribución económica no ha perdido importancia ya que es la que paga las facturas, pero ya no es suficiente contar con un buen salario si no viene acompañado de un salario emocional que satisfaga los deseos y las necesidades de los trabajadores. De nada sirve tener una muy alta remuneración económica si la misma ocupación impide tener tiempo, por ejemplo, para disfrutar de ella.
A la hora de diseñar el salario emocional de la empresa es muy importante entender que aquí no sirve el “café para todos”. Ofrecer ventajas para la formación y el desarrollo profesional será muy atractivo para las generaciones más jóvenes, pero quizá no lo sea tanto para aquellas que ven cercana la edad de jubilación a las que podría interesar otro tipo de beneficio social. Por tanto, el salario emocional deberá tener en cuenta los intereses de la persona a la que se le ofrece.
Teletrabajo, acceso a mayores y mejores herramientas para la automatización de procesos, flexibilidad horaria, un entorno laboral adecuado con ausencia de presión, itinerarios de formación, bienestar laboral, desarrollo profesional…, son muchos los conceptos, en muchos casos intangibles, que pueden formar parte del salario emocional.
No existe nada más improductivo que un trabajador insatisfecho, por lo que invertir en ofrecer un salario emocional adecuado incide de manera directa en el clima laboral de la empresa y, por tanto, en un aumento de la productividad y de la eficiencia. Además, crea un vínculo emocional positivo que redunda en el compromiso con la excelencia en el desarrollo de sus tareas que, por otra parte, produce una reducción del absentismo laboral.
Otra de las ventajas que cada vez alcanza una mayor importancia es que las empresas con una estrategia de salario emocional bien construida son mejor valoradas por los trabajadores lo que mejora en gran medida la marca de empleador que se proyecta al exterior. De esta manera aumentará el interés por trabajar en la empresa y habrá una mayor facilidad para atraer talento y para fidelizarlo una vez conquistado, lo que hace disminuir el índice de rotación y, por tanto, reduce los gastos de selección y formación al no tener que buscar y formar a nuevos trabajadores.
Con la implementación del salario emocional ganamos todos. Las empresas porque consiguen empleados comprometidos con su misión y valores, los trabajadores porque aumentan su motivación y el bienestar psicológico y porque se sienten parte importante de la organización, y la sociedad, porque al ofrecer oportunidades para una mejor conciliación, promueve la construcción de comunidades más humanas donde la persona puede desarrollarse en su totalidad al disponer de tiempo no solo para su crecimiento laboral, sino también para el personal.