Fijar la vista en estrategias de internacionalización solo cuando en el mercado local en el que opera la empresa apenas queda margen para aumentar los ingresos y, por tanto, la rentabilidad, es cosa del pasado. La globalización económica y de mercados que se ha venido produciendo en los últimos años, acelerada por la irrupción y desarrollo de las nuevas tecnologías, ha hecho posible que para muchas empresas la internacionalización esté imbuida en su estrategia empresarial desde sus inicios, además de facilitar el acceso no solo a grandes empresas, sino a entidades de todos los tamaños, incluidas pymes.
La internacionalización de una empresa no trata solo de la exportación de productos o servicios de manera puntual, sino permanente, en un proceso que ha de tener en cuenta los cambios geopolíticos que se producen en el mundo, la creciente competencia internacional o la aparición de nuevos mercados y competidores.
Con independencia del momento en que la mirada gire hacia la internacionalización, existe una serie de etapas por las que cualquier empresa debe transitar. La primera de ellas es llevar a cabo un análisis interno para conocer desde qué punto se parte, de qué recursos se dispone y cuáles son los objetivos por alcanzar. En ocasiones se vuelve la vista hacia la internacionalización cuando las causas por las que se ha ralentizado o estancado el rendimiento de la empresa nada tienen que ver con el mercado en el que opera. La segunda pasa por realizar un estudio exhaustivo de los productos o servicios con los que se va a operar para conocer el nivel de aceptación en el país destino. Tener éxito en el mercado local no garantiza el éxito porque lo que funciona en un país puede no hacerlo en otro.
En la elección del mercado destino, siguiente fase, entran en juego diferentes aspectos que no se pueden pasar por alto. En primer lugar, hay que tener en cuenta las disposiciones legales, los factores políticos y económicos y las particularidades sociales y culturales que condicionarían cualquier actuación en el país en el que se pretende operar. Estas particularidades pueden convertirse en barreras de acceso, como la necesidad de contar con socios locales o aranceles altos, pero también en ventajas, como beneficios fiscales hacia los productos a comercializar o ventajas en el cambio de moneda. En segundo lugar, hay que poner en relación el producto o servicio que se pretende comercializar con el mercado destino. En este caso no solo se trata de conocer el nivel de aceptación y su posicionamiento, sino otros ítems como la logística ya que en trayectos largos no es lo mismo transportar productos perecederos que perdurables.
Si bien la globalización ha difuminado muchas de las barreras que hasta ahora existían entre los diferentes mercados, no por ello hay que dejar de lado las particularidades que presentan cada uno de ellos. A la hora de diseñar la estrategia comercial, siguiente fase en cualquier proceso de internacionalización, se debe realizar un estudio de público objetivo hacia el que se va a dirigir la acción, ya que puede ser necesario adaptar la identidad de marca. Si, además, el proceso de internacionalización incluye el inicio de actividades físicas en el país, es muy importante conocer los modos y usos del trabajo o las políticas de recursos humanos, no solo para cumplir la normativa en cuanto a derechos laborales, sino para la producción o el marketing y, por supuesto, para elegir el mejor canal de venta.
Volver la mirada hacia la internacionalización supone para las empresas diversas ventajas como son la diversificación del riesgo comercial al quedar expuestas en menos medida a los vaivenes económicos de un solo país; amplía el número de clientes potenciales y, en consecuencia, las ventas aumentan, lo que a su vez permite reducir los costes de aprovisionamiento y producción, no solo por el aumento de la producción, sino al aprovechar las ventajas comparativas que ofrecen los distintos mercados; además, si la internacionalización se dirige a países con distinto nivel de desarrollo, puede suponer la prolongación del ciclo de vida de los diferentes productos o servicios.