Que desconocemos cómo serán los empleos del futuro y que el éxito de las organizaciones dependerá de su capital humano son dos de las pocas cosas que, en un mundo que evoluciona y se transforma a velocidad de vértigo, podemos considerar como certezas. Entonces, ¿cómo podemos estar seguros de acertar a la hora de llevar a cabo una selección de personal?
La respuesta pasa inexorablemente por, una vez comprobadas las aptitudes necesarias para cubrir el puesto en la actualidad, primar, por encima de todo, la actitud. ¿Por qué? Porque será la actitud la que abra la puerta a la incorporación de las aptitudes necesarias para continuar avanzando en esa evolución que los actuales tiempos demandan. Y aquí es donde la formación, tanto en el seno de las organizaciones como fuera de ellas, toma el protagonismo.
A menudo nos encontramos con dos errores recurrentes: el primero es el pensamiento de que una vez finalizados los estudios de formación profesional o de grado, hemos terminado nuestro proceso de formación; el segundo es pensar “a mi edad, ¿cómo me voy a poner a estudiar?”. El primero viene provocado por el desconocimiento. No conocemos otra cosa. Desde la infancia hasta la juventud no hemos tenido contacto con otra actividad que no sea la del estudio, mientras padecemos la presión de ir superando año a año las distintas etapas estudiantiles con los mejores resultados posibles, y creemos erróneamente que, una vez conseguido un título, el proceso finalizó. La segunda viene por haber perdido el hábito del estudio y el interés por continuar ampliando el conocimiento. Ambas actitudes se corresponden precisamente con aquellas que debemos evitar a la hora de contratar talento. Porque la edad, ya sea por joven o por mayor, es solo una circunstancia que aporta tantas ventajas como inconvenientes a la hora de decidir cuál elegir.
Llevado a cabo nuestro proceso de selección y contratado el mejor talento, ahora solo nos quedan dos cosas que hacer para conseguir retenerlo: diseñar una carrera profesional que le permita crecer y desarrollarse, y ofrecerle las mejores condiciones posibles para que su primera opción siempre sea quedarse.
Ahora bien, una vez que las organizaciones asumen la necesidad de ofrecer formación a sus empleados, es necesario que investiguen acerca de qué ofrecer y a quién, pues no todo el mundo es válido para todo. Una carrera prometedora puede verse truncada por la imposición de un camino por el que uno no siente pasión y, sin pasión, sin implicación por parte del empleado, el objetivo que nos propusimos no se alcanzará nunca. Es en este caso, y solo en él, cuando la formación se convierte en cara, por inútil, y será la que abra las puertas y ventanas por las que el talento que encontramos se escape.
Por tanto, ¿las empresas deben ofrecer formación? Sí, de manera continua, en todos los rangos operativos y para todas las edades. Las organizaciones deben cambiar su visión, entender que ofrecer formación a sus empleados nunca es un gasto sino una inversión que hará que crezca la cuenta de resultados en su lado positivo.
Decía Derek Bok, Rector de la Universidad de Harvard durante veinte años, “Si crees que la formación es cara… prueba con la ignorancia”. Eliminemos la ignorancia de los archivos de nuestras empresas para encarar un futuro prometedor.