La sociedad y todo lo que está inmerso en ella se transforma cada vez a mayor velocidad y quien quiera sobrevivir no va a tener más remedio que aplicar nuevas técnicas que permitan adaptarse a los cambios inevitables que llegan y que, en muchos casos, serán irreversibles. El “siempre” y el “largo plazo” parecen estar abandonando nuestro vocabulario porque vivimos en un cambio permanente. Así llegamos al concepto de empresa líquida, brillante aportación en su libro La modernidad líquida del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades Zygmunt Bauman. La idea parte del hecho de que los líquidos fluyen, por tanto, no son estáticos, se adaptan como decía Bruce Lee adoptando la forma del recipiente que los contiene, y se transforman ante los cambios externos, encontramos agua en estado líquido, sólido y gaseoso sin perder su condición de agua.
Lo primero que hay que hacer para llegar a convertirse en una organización líquida es olvidar los viejos modelos mentales y tener en cuenta que la propuesta de valor no afecta solo al cliente externo, sino que también afecta al interno, a los proveedores, a los accionistas, a los órganos de dirección y, por último, a la sociedad en general. El acceso a la información es cada vez mayor y el Big Data nos aporta un gran conocimiento acerca de las personas con las que interactuamos, tanto en el campo profesional como en el personal. Si bien esos datos son de gran utilidad, sobre su uso debe sobrevolar un valor tan esencial como la ética. Por otra parte, ese acceso universal a la información convierte al mundo en un lugar hiper conectado, por lo que es prácticamente imposible mantener ocultas la mayoría de las comunicaciones. De esta manera, la transparencia es la única vía posible para establecer y mantener una relación sólida con todos los actores con los que se interactúa.
Si bien el camino hacia una empresa líquida afecta a toda la organización, la principal palanca de transformación recae en las personas que, siendo líquidas, tenderán a evolucionar hacia un estado gaseoso. El trabajador se focalizará cada vez más en alcanzar unos ciertos objetivos con independencia del lugar desde el que realice su actividad (de ahí el término gaseoso, puesto que no se ubicará en un espacio determinado).
El capital humano de una organización no solo no ocupará un espacio físico determinado, sino que tiene que estar preparado para operar desde distintos roles. Personas y puestos ya no tendrán una relación directa permanente, ya que estos últimos cambiarán constantemente en función de las necesidades de la organización. Además, el nuevo modelo de gestión que requieren las empresas líquidas será menos jerárquico y mucho más transversal, por lo que las personas tendrán que prepararse para asumir una mayor autonomía. También deberá permitir asignar los recursos disponibles, generalmente limitados, de la forma más eficiente. Las personas ya no se reconocerán por el cargo que ocupan, sino por sus capacidades y el talento que aportan a la organización.
Esta preparación también deberá ser constante. Las formaciones puntuales encaminadas a resolver un determinado problema detectado en el pasado dejarán paso a un aprendizaje continuo que aporte las capacidades que requiere la adaptación a cada nueva realidad.
Ciertamente el hecho de transformar la organización en líquida no asegura su éxito, aunque sí facilita el camino. Una estructura líquida ahorra costes ya que los recursos se adaptan a las necesidades de la empresa, lo que evita tener equipos improductivos, y son organizaciones flexibles, además, su conocimiento constante agiliza la toma de decisiones.
Traslademos la conocida frase de Darwin al entorno que nos ocupa y nos quedaría: “No es la empresa más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio”.