La RAE define el término autogestión como el “sistema de organización de una empresa según el cual los trabajadores participan en todas las decisiones” y, aunque en su origen estaba más relacionado con el pensamiento socialista o marxista, lo cierto es que, por sus características, cada vez encaja en mayor medida con un entorno capitalista y liberal.
En este proceso, la capacidad de cada individuo para alcanzar la efectividad en su labor cotidiana se convierte en protagonista y el autoliderazgo en exigencia. Es muy probable que cada uno de los miembros de la organización deba resolver tareas de administración y control, además de la organización de su propio trabajo en consonancia con el entorno, lo que puede producir situaciones de estrés que debe aprender a controlar. Por otra parte, sentirse pieza clave de la organización a la que se pertenece aumenta la autoeficacia, logrando una mejora del desempeño laboral, así como la creatividad, y disminuye el absentismo laboral.
Como en casi todos los ámbitos de la vida existen ventajas e inconvenientes a la hora de optar por la autogestión empresarial. El desconocimiento de temas administrativos por parte de los trabajadores puede ser uno de los primeros problemas a los que enfrentarse, aunque, ciertamente, proporcionar un entrenamiento básico resolvería de manera fácil y rápida el inconveniente. Ahora bien, en muchos casos no solo habrá que incorporar la cuestión técnica, sino aprender a superar el rechazo que a veces supone enfrentarse a las labores administrativas que se perciben como trámites burocráticos de poco valor añadido.
La ausencia de un órgano directivo situado en la cumbre de la pirámide jerárquica navega en ambos sentidos. Por un lado, precisamente la falta de esa figura con autoridad es la que estimula al desarrollo de la autonomía personal para adquirir la capacidad necesaria para tomar las propias decisiones y funcionar de manera individual. También aporta un rasgo positivo ya que, al adquirir una mayor responsabilidad frente al éxito o fracaso de la compañía, aumenta el nivel de compromiso. En sentido opuesto, la necesidad de alcanzar amplios consensos, incluso la unanimidad, para la toma de decisiones puede complicar el proceso o ralentizarlo, lo que puede suponer una desventaja frente a la competencia, más ágil a la hora de ser resolutivos. Por otra parte, y aunque los objetivos comunes de la organización y su
propósito estén claramente definidos, existe el riesgo de que, sin un órgano de control, esa autonomía necesaria de los trabajadores produzca desviaciones que provoquen un cierto desorden en la empresa.
Si bien es cierto que son pocas las organizaciones donde la autogestión sea absoluta, en la actualidad, y sobre todo con la llegada del modelo de trabajo por objetivos, se tiende a una organización mixta donde la matriz mantiene la pauta de una estructura jerarquizada, pero se impulsa la autogestión para los equipos. Teniendo en cuenta que estos equipos tendrán la responsabilidad de planificar, gestionar y ejecutar las tareas asignadas de manera independiente, tomando decisiones en cuanto a la resolución de problemas o conflictos, sobre el desarrollo de habilidades o incluso en cuanto a la evaluación del desempeño, es esencial que cada grupo cuente no solo con el personal suficientemente cualificado, sino con la figura de un líder facilitador que actúe como nexo entre los diferentes actores.
Fomentar las habilidades de autogestión tanto a nivel individual o de equipos en una inversión de futuro que tendrá su reflejo no solo en unos índices de productividad al alza, sino en los niveles de calidad conseguidos.